miércoles, 5 de abril de 2017

Memorias X "Versos-Prosas y Poemas"



           


PEDRO BAUTISTA REYES
     La tarde del 11 de diciembre de l97l, pareció haberse cubierto
con un manto de tristezas infinitas, un aspecto glacial se reflejaba en todas los rostros que se dieron cita como una masa compacta en la intersecci6n de las calles Juana Saltitopa con  Federico Velásquez la parca del destino había tronchado una vida útil, en forma repentina y no cesaba en lamentarse el deceso  del padre caído, que al llegar sus últimos momentos, muy ajeno la tragedia, esperaba sentado en el diario de la mañana en uno de los balcones de su residencia: EL MAYOR RETIRADO PEDRO BAUTISTA REYES había fallecido.

   Las referencias daban testimonio de que el Ex Mayor Bautista Reyes había sida un caballero ejemplar y me lamento haber conocido  esas referencias de su vida en los momentos en que el  la
 dejaba para siempre, en el preciso instante en que el se había
 entregado en los brazos de la muerte. Yo formaba parte del cortejo
de los adoloridos con la tragedia, bastaba la razón de ser el fallecido padre de una compañera de labores, leal, honesta, laboriosa y sincera. El Ex Mayor Reyes había consagrado su vida al servicio de las anas conquistando el cariño y la simpatía de superiores y subalternos con sus nobles comportamiento’, contaba con una brillante hoja de servicios que le permitió superarse  por escalafón hasta alcanzar esa posición en el instituto castrense formando parte del alto comando de las fuerzas armadas.
   
   Los cuerpos se habían agotado en amplia residencia mortuoria y a luchas pude desplazarme hasta el sitio donde Se encontraba triste y angustiada mi compañera de labores. Mi padre, lloraba desconsolada, en forma conmovedora, angustiada , como si el dólar despiadado y cruel, tratara de aniquilarla y fue en y fue en esos momentos dé dolorosas convicciones, cuando mas se agudizo en mi espíritu el dolor de un sentir  similar que los años no han logrado cicatrizar, sangrante aun en el fondo de mi corazón, y echando miradas retrospectivas, estuve en la distancia en la humilde casita de la apartada aldea costeña donde se meció mi cuna, anonadado, angustiado can el recuerdo vivo del que había sido a prueba as hechos en una situación de estreches, incertidumbres y aniquilamientos uno de los padres mas amorosos.
  
   Al centro en el salón principal estaba el féretro, un montón de  vistosas coronas le rodeaban, parecía como que montaban guardia en los pedestales que manos curiosas se habían esmerado en confeccionar.
Del Honorable Sr. Presidente de la República, de sus ex-compañeros de armas, del Cuerpo de Zapadores, amigos de la constructores, Cuerpo  de Veteranos, compadres, vecinos y allegados, dolorosos eran a fe cierta, aquellos momentos, tanto más, para quienes toca la mayor parte como esposa, hijos, hermanos y familiares desprendidos para siempre de un cariño imposible de reparar.
    A las cinco de la tarde la banda de música del Ejercito Nacional entonada la marcha fúnebre “Más Cerca de ti Dios Mío” mientras un
pelotón portaba armas en el preciso instante en que los restos mortales del Oficial retirado eran colocados en el auto fúnebre. Allí decían presente representantes de la Plana Mayor del Ejército Nacional, de la Policía Nacional, Fuerza Aérea, Marina de
de Guerra. Representaciones sociales y culturales que eran de por sí, propias de un poderoso portavoz del comportamiento en vida del Oficial fallecido.
    Acto seguido enormes autobuses del  servicio público y privado, números vehículos, oficiales, públicos y privados abordaron la ruta repletos de dolientes.- La ruta “Juana Saltitopa, Padre Castellanos, Marcos Ruiz, María Montes, Ernesto Gómez, y por ultimo la populosa Avenida Máximo G6mez”.
   El transito había sido congestionado con unidades móviles de todos los tipos, aquel contingente que se había dado cita con el dolor desde que, como un reguero de pólvora cundió la infausta noticia: ¡Don Pedro ha muerto! la realidad de los hechos evidenciaba que don Pedro era querido y estimado de todos, al llegar al camposanto.
    Un pelotón del Ejército montaba guardia frente al portón principal como homenaje póstumo para rendir los honores de estilo A  nivel del rango  militar del fallecido; los  restos morales, fuera de la unidad  transportadora  en brazos de sus ex—compañeros: allí la banda de música entonaba nuevamente la marcha fúnebre “Mas Cerca de Ti Dios Mío”.

    La tarde era fría, triste, desconsoladora, como si la misma naturaleza experimentara también los fríos del padecimiento humano con aquella perdida, y ya en la culminación de esos actos conmovedores, después de los oficios de ritual en la capilla  del Camposanto, allí en la ultima morada se abría un espacio en el panteón de la familia entre lagrimas y sollozos, ya entrada la noche en urinarios para siempre, la nota aguda, clara, precisa, conmovedora, un solo de trompeta se lanzó al aire en la nota ejecutoria de un soldado, mientras eran colocados en su sitial de preferencia los restos mortales con los honores de estilo.
   Al pie de éstas cuartillas el autor deja constancia de sus mas sinceras  demostraciones de condolencia para la honorable familia que experimenta una dura prueba, mientras eleva sus preces al Señor “que acoja en su santo seno el alma del que fuera une de los mas cariñosos padres de familia” uno de los mas consagrados hijos de la Patria.
DESCANSE EN LA PAZ
EX—MAYOR DON PEDRO BATISTA REYES.

                                                                                                     Matías Modesto Santana
                                      16 de diciembre 1970, Santo Domingo, República Dominicana  
                          
                                             
                                                    ALICIA AQUINO
   EL dolor vive a  mi lado, no se me distancia nunca después de tantas y tan duras pruebas que he tenido en toda esta vida tan llena de incertidumbres, tormentos, luchas e inquietudes; aferrado a una profesión de fe inquebrantable en los postulados de la voluntad de Dios Nuestro señor, me he mantenido inalterable, enfrentando obstáculos y salvando escollos para hacer menos  pesada la dolorosa — tristeza de mi espíritu.  El dolor se recrudecido una vez más el 23 De julio de 1979, cuando una llamada telefónica me dio la infausta noticia: Alicia Aquino ha fallecido.
                                                                                                    
                                                                                                   Matías Modesto Santana
                                              23 de Julio 1979 Santo Domingo, República Dominicana


DONA ANA
  Doña Ana era la madre amantísima de una compañera de trabajo muy querida quien en merito a sus excepcionales comportamientos he venido sintiendo las debilidades de padre. Doña Ana había muerto  antes de amanecer en la clínica del Dr. Chan Aquino, la parca del destino había tronchado esa vida, un  quebranto que a pesar  de tantos cuidados fue imposible contrarrestar, la hizo sucumbir apartándola de tantos seres queridos; ahora recuerdo más que nunca como la encontré tan deprimida en la ultime visita que tuve el honor de hacer en su residencia del ensanche luyeron; ahora me explico aquella tristeza de su alma, visiblemente afectada por el temor de morir y apartarse para siempre de los suyos sobre todo sus nietecitos queridos. En vano trate de alentarla diciéndole que no estaba para morir, que su quebranto podría ser contrarrestado y que sin lugar a dudas viviría muchos más al lado de todos los suyos.      
    El día del deceso viaje al municipio de yaguate interesado en dar el ultimo adiós a sus restos mortales, habla sido su ultima voluntad el que fuera sepultada allí en aquella pintoresca aldea donde se meció su cuna. Llegué tarde, cuando ya había sido sepultada, los torrenciales aguaceros habían obstruido el camino y fue dificultoso el acceso a la casa mortuoria, sin embargo aquellas corrientes despiadadas que destruyeron la vía no pudieron afectar el soberbio esplendor de la campilla, todo es bello en “aquella aldea de la provincia de San Cristóbal” enmarcada en una zona del emporio azucarero de la República.
    Nada más acogedor que la proliferación de árboles frutales diversos y otros tantos cultivos así como el trato exquisito de la servidumbre correspondiente a la hacienda donde Ana había visto por primera vez la luz del día; aquella gente humilde tuvo el mejor de los comportamientos en aquel lugar donde las palmeras, los cocoteros, limoncillos y otros tantos árboles hermosos exaltan en grado sumo las bellezas del panorama en aquella villa de tantos frutales preciosos per él.
    Momento no era para inspirar o admirar las bellezas del terruño, dolorosa era la causa que me llevado allí, y a aquel sentimiento que yo compartía con mucha razón en el fondo de mi alma, se sumaban los míos, echando miradas retrospectivas sobre casos similares en el seno de mi familia.
    Los ayes de mi fiel compañera de labores, esa hija querida que su madre dejaba
para siempre, eran realmente conmovedores,
mayormente cuando callaba para preguntarse así misma en forma histérica “que sería de ella sin  su madre”.
   Bien que pensara así de ese ser querido que la trajo al mundo junto a  quién había estado toda su vida, separadas ahora por la muerte; su  madre, había sido a través de todo el tiempo mas que abuela, madre también de sus hijos, de cuyo cuidado se había hecho cargo voluntaria bien de sus hijos
amorosamente.
      A la entrada del portón principal de la hacienda estaba Ricardito, el primero de  los nietos derramando lagrimas angustiosas, al verme ser ahogaba en sollozos, un niño de apenas 12 años consciente de lo que es un afecto y sobre todo de lo que es una gran pérdida,  sufría por primera vez el dolor en la pérdida de un ser querido; la abuela madres me acerque   a él con mi abrazo paternal en el momento en que negaba simultáneamente a la casa mortuoria nutrida comisión de allegados, familiares y compañeros de trabajo. Jamás podrían estas pobres cuartillas mías reseñar tanta tristeza.
    A todo lo largo de la vía el peregrinaje de los adoloridos era nutrido, se habían dado cita allí para a su vez dar el ultimo   adiós a los restos de la doña  en aquel recinto del dolor. Amigos, vecinos, allegados y parientes en ningún momento dejaron de llorarla, entre los que había muchos necesitados que no podrían ya  recibir su ayuda desde la capital porque las mano que solían hacerlo estaban rígidas en el fondo de una tumba.
      
        Era  ya bien avanzado el día y era preciso regresar, hubiese deseado permanecer más tiempo en aquel lugar donde el dolor montaba guardia con una dura prueba, aquella gente tan buena con quienes no cuentan las rivalidades de posiciones remunerativas en el medio ambiente del radio urbano, aquella gente  solo piensa en sus labores del campo, los que jamás hacen daño a nadie ni a nada, aquella gente entre las cuales había mujeres que en los quehaceres domésticos del día actuaban sin hablar, por los parpados calentados por el llanto y hombres cabizbajos que entraban y salían del recinto mortuorio como inanimados.
       Con el mutismo de los  adoloridos conscientes de que jamás volverían  a ver a la honorable matrona que había sido su protectora, prueba del comportamiento que ella había a tenido a su paso por la vida. Adiós para siempre doña Ana, descansa en paz. La fe cristiana habrá de aunarse entre nosotros con las más francas y sinceras demostraciones del sentimiento humano, para elevar preces al Señor en la mansión de gustos por el eterno descanso de tu alma. Adiós para siempre Ana Alicia Aquino. DOMINUS TECUN
                                                                                                     Matías Modesto Santana
                                          23 de Julio del 1979 Santo Domingo, República Dominicana



                                                   MARIA MINERVA


    Inexorable es la parca del destino cuando no se detiene en contemplaciones para cortar a destiempo el hilo de la vida humana. Una vida útil que se acaba es algo que nos deprime, nos angustia dejándonos sumidos era las mas dolorosas de las tristezas.
El martes 4 de marzo de  1980, uno de mis hijos se apersono al - centro de trabajo informándome que en reiteradas ocasiones había marcado sin conseguir la línea telefónica para darme la infausta noticia: Minerva había muerto trágicamente en un accidente automovilístico.

    Minerva era hija amantísima de doña Eloísa, la bondadosa matrona de quién hice referencias en una de mis cuartillas al llegar a esta ciudad capital hace alrededor de catorce años. Se trata de vecinos queridos, residiendo todo el tiempo en la misma casa
de apartamentos como buenos hermanos, compartiendo las mismas, tristezas, las mismas alegrías.
    

      El contar yo con mayor edad, el haber cultivado el cariño y la simpatía entre todos los  vecinos, me colocó muy pronto respecto a ellos en el sitial de padre espiritual para mi entera satisfacción;  por eso cuando se me dio la infausta noticia, no supe que hacer, estaba solo con el guardián de la empresa, trabajaba en — horario extraordinario, entraba al despacho de la gerencia, me sentaba en mi mesa de trabajo y me levantaba con las manos en la cabeza a dar vueltas a los escritorios. El guardián me interpele: ¿qué de su hija?, No, algo parecido le dije; era en verdad algo parecido porque sentí recrudecerse todos mis dolores, evocaba todas mis perdidas.

     A la llegada del gerente le pedí excusas, no pude  continuar trabajando, por lo menos en esos momentos. Salí. cuando llegue a casa aun no habían traído los restos mortales, el lamento era nutrido, por todas las mejillas rodaban lagrimas angustiosas, todos lloraban la tragedia, el dolor había montado guardia; el destino daba una prueba muy dura en la casa de esa familia a la cual me sentía vinculado por tratamientos muy satisfactorios, cuando entre a las habitaciones donde estaban los deudos, gritos desgarradores superaron al llanto y al sollozo, el dolor de esa gran perdida que yo sentía como si fuera de mi propia carne se había agudizado; ¡tu hija!, me dijeron a gritos.- Llenas de angustia esa madre y  hermanas en un doloroso abrazo, y ciertamente en lo espiritual yo sentía por ella las debilidades de padre. Me sentía abatido.
     Lo inesperado, lo irreparable, había hecho su entrada en una casa donde la tranquilidad, la paz y la unión habían dicho presente en todo momento. Abnegada había sido aquella pobre madre que desde hace mas de 20 años se había ubicado con sus hijos en la capital procedente de una comarca de Puerto Plata. Víctima de la indiferencia o dejadez del hombre con quién procreé sus tantos hijos, entregada a los quehaceres de la cocina criolla para levantarlos honradamente. Así la he visto enfrentarse a esa  pesada tarea del trabajo.
Levantándose día tras día, año tras año en horas de la madrugada porque había que laborar temprano para ofrecer a tiempo la merienda a empleados y obreros de varias tendencias ubicados en el vecindario. Como medio de suplir las mas elementales necesidades de esos hijos que nunca contaron con los recursos de su padre; así los había levantado trabajando sin recurrirá a nadie, sin una ayuda.

     Entre esos tantos hijos estaba María Minerva, caída ahora repentinamente, trágicamente, perdida para siempre; esa hija buena que nunca le di la espalda, esa hija que trabajaba para ella, su madre y para sus hijos, esa hija ejemplar que siempre tenía algo para llevar a su madre, que tanto se preocupaba porque a su edad y con un quebranto en su salud ella viviera entregada a ese trabajo, único medio de subsistencia.
El domingo día 2 había ido a ver a su madre, a llevarle algo corno de costumbre, ese día le había dicho: basta el martes mama, pues viajar a la ciudad de San Juan para regresar ese día martes, voy a una diligencia de mis patronos, el martes regreso sí, la regresaron en un ataúd; terrible había sido el accidente que no nos permitió verla siquiera un momento antes de exhalar el último suspiro. Amarga realidad es la muerte que tiene su dominio sobre la vida, es lo ineludible es camino de todos.
    
    Descansa en la paz del Señora María Minerva, duerme tranquila en tu seno de la tumba, tu no te has muerto, porque los buenos no mueren nunca viven en la mansión de los justos y en el corazón de los parientes y allegados. Nosotros elevaremos siempre preces al Señor por el eterno descanso de tu alma, sembraremos las flores de tu gusto sobre tu tumba.

Gilberto Enrique Lara Sepúlveda
                                                 
   El amanecer del 31 de marzo me encontró entregado a la lectura del diario en el zaguán de la casa de apartamentos donde resido cuando una emisora local daba la infausta noticia de la muerte del caballero Gilberto Enrique Lara Sepúlveda. Don Gilberto era el padre de César, un compañero de trabajo muy estimado de todos, por sus exquisitos tratamientos, su conducta irreprochable, su honestidad a toda prueba. Había enfermado gravemente días antes, la parca había dado una tregua, la reacción fue formidable, pero engañosa; tuve la oportunidad de visitarle durante su internamiento en una de las clínicas mas afamadas de la ciudad, los esfuerzos de la ciencia medica por salvar esa vida útil resultaron   infructuosos, inútiles, vanos y moría ahora en su residencia de esta capital rodeado de de familiares, allegados, vecinos y amistades  que allí deploran aquel deceso.
    Por los meritos de caballero fenecido  hablan sus hechos, las referencias son un poderosos portavoz, padre ejemplar oriundo de la progresista  ciudad de San José de Ocoa  en la región del Sur había consagrado su vida su trabajo ennoblecedor una familia digna de consideración y respeto; mucho he lamentado no haberle conocido tiempo antes para haberme convertido en uno de sus mejores amigos.

    Era laborable la fecha del deceso y nos turnamos en el centro de trabajo en comisión para apersonamos a la casa mortuoria. César triste y abatido por aquel dolor tan profundo y tan profundo y tan legitima  no pudo disimular el estado de su ánimo cuando nos recibió en el corredor de la residencia, lagrimas angustiosas incontenibles que  empeñaba en enjugar dejaban ver a la cara con mas elocuencia que el vocablo humano, la nobleza de su alma frente a la tragedia. ¡Lo irreparable! Aquel que hizo posible su llegada al mundo y lo preparo para la vida, el que no escatimó medio alguno dentro de las posibilidades más honestas para hacer de sus hijos hombres y mujeres útiles,
yacía en el salón Principal inerme, rígido rodeado de cirios y de flores preparado para irse a su última morada: era la ensalada del sepulcro.

    Cuando pasamos a las habitaciones de la viuda los ayees eran  realmente conmovedores, ponderamos la nobleza de los sentimientos de esa distinguida dama que según informes lleva luto figuró desde hacen mas de quince años por la pérdida de una hija; que había compartido una vida de mas de cuarenta años al lado de su esposo, en ese hogar donde la comprensión, la paz y el amor montaron guardia para honra y satisfacción de todos, y esa sacerdotisa del bien Esposa  y madre ejemplar a cuyo lado exhaló el ultimo suspiro su compañera de siempre aquella mañana de primavera incipiente, saturada de brisas invernales, fría como los fríos del padecimiento humano, aquella mañana en que Don Gilberto partía para siempre inerme, yerto, insensible a las asperezas de esta vida que él dejaba como había vivido con la tranquilidad en su espíritu y la paz en su corazón. 
    
    Yo también tuve la suerte de contar con un padre muy bueno, así como la desdicha de perderlo cuando mas lo necesitaba, por eso tanto se recrudece la dolorosa tristeza de mi espíritu, circunstancia que aunaba al afecte que ha movido escribir estas cuartillas  me deprime en esta mañana de dolorosas añoranzas. Yo también he llorado como mi amigo y compañero de trabajo y con él imploro a la Divina Providencia “DESCANSE EN PAZ”, en la bandeja de los ángeles.
                                                                                                   Matías Modesto Santana
                                                    31 de Marzo, Santo Domingo, República Dominicana






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